San Agustín nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, un pequeño pueblo de Numidia cercano a Hipona en la actual República de Túnez. Su padre, Patricio, era pagano y de disposición violenta; pero a través del ejemplo y la conducta prudente de su esposa, Santa Mónica, fue bautizado un poco antes de su muerte.
En sus escritos, Agustín se acusa a sí mismo de estudiar sin entusiasmo, de desobedecer a sus padres o maestros, y de no ocuparse de sus cosas como debía; ya que era aficionado al juego y a las diversiones. Pese a todo esto, su enorme talento lo llevó a estudiar retórica en Cartago en 370 cuando aún tenía 17 años. En Cartago, vivió en unión libre con una mujer y tuvo un hijo a quien llamó, Adeodato, en 372.
Con respecto al Cristianismo, San Agustín tenía una mala opinión pues consideraba que el Evangelio era demasiado simple y apelaba mas que nada al sentimentalismo. Tras estudiar diversas tradiciones religiosas, abrazó el maniqueísmo, que combinaba religiones paganas y filosofía. “Busqué con orgullo”, dice, “lo que solo la humildad podría hacerme encontrar. “Por tonto, abandoné el nido, imaginándome capaz de volar; y caí al suelo”.
Durante nueve años tuvo sus propias escuelas de retórica y gramática en Tagaste y Cartago, llevando una vida personal bastante desordenada. Sin embargo, su devota madre, Santa Mónica, nunca cesó de orar por su conversión.
En 383 partió a Roma para fundar su propia escuela. Al haber conseguido la fama que tanto deseaba, fue llamado por el gobierno para servir como maestro en Milán, donde su madre y su amigo Alipio le acompañaron.
En Milán, San Agustín se relacionó con San Ambrosio el obispo; cuya oratoria causaba gran curiosidad entre los intelectuales de la época por su elocuencia. Ahí comenzó a interesarse en los escritos de San Pablo pero su concubina, la madre de Adeodato, su hijo, optó por volver a su tierra para no regresar jamás.
Poco a poco, San Agustín se fue convenciendo de la verdad del cristianismo, pero por falta de carácter retrasó su regreso a Cristo por mucho tiempo. Cuenta en sus memorias que en sus oraciones rogaba a Dios por la gracia de la castidad, pero al mismo tiempo, en cierta medida, temía ser escuchado demasiado pronto.
En aquel tiempo, otro bereber llamado Ponticiano, visitó a San Agustín y su amigo Alipio para platicarles sobre unos hombres que volvieron a Dios tras leer sobre la vida de San Antonio de Egipto. Sus palabras tuvieron una poderosa influencia en la mente de San Agustín, que finalmente optó por cambiar su vida.
Este punto culminante en la conversión de San Agustín tuvo lugar en septiembre de 386, cuando tenía 32 años. Él, su hijo Adeodato y Alipio fueron bautizados por San Ambrosio en la Pascua del año siguiente en presencia de santa Mónica.
Tras su convesion, San Agustín regresó a Tagaste, donde vivió en común durante tres años con sus amigos compartiendo una vida de oración, estudio y pobreza. Nunca fue su intención ordenarse sacerdote, pero en 391 fue llamado como asistente de Valerio, obispo de Hipona, a donde se trasladó.
Estableció una especie de monasterio en su casa, viviendo con San Alipio, San Evodio, San Posidio y otros de acuerdo con la regla de los santos apóstoles. Monseñor Valerio, que padecía de la garganta, nombró a San Agustín para predicar en su propia presencia hasta su muerte (casi 400 sermones).
En 395 fue consagrado obispo como coadjutor de Valerio y le sucedió poco después. Durante su episcopado, Agustín exigió a todos los sacerdotes, diáconos y subdiáconos que renunciaran a sus propiedades conforme al modelo de pobreza de los apóstoles.
En sus 35 años como obispo de Hipona, San Agustín tuvo que defender la fe contra los donatistas, los maniqueos, los pelagianos y los alarianos. Además, fundó también una comunidad de mujeres religiosas, de donde proviene la famosa “Regla de San Agustín”.
San Agustín dejó la vida terrenal el 28 de agosto de 430, después de haber vivido 76 años y pasado casi 40 de ellos en las labores del ministerio.
“La ciudad de Dios” fue su obra cumbre, la cual tardó 30 años escribir. Sus “Confesiones” son una autobiografía.
Si bien la región del Norte de África está hoy en manos de los árabes musulmanes, existe un creciente movimiento de conversión al cristianismo entre los bereberes, etnia a la que pertenecía San Agustín.
Por desgracia, muchos enfrentan persecuciones religiosas.