Mina era hijo del gobernador Eudoxio de Nakiyos, que fue trasladado a África por intrigas de su propio hermano.
Al ver a los niños en el festival de Santa Maria en Attrib, su esposa Eutimia se entristeció al no tener hijos varones y rogó a la Virgen que intercediera para darle un hijo. Una voz que dijo “Amén” provino del icono. Por eso decidieron llamarle Mina (Menas).
A pesar de la temprana muerte de sus padres, Mina prosperó hasta convertirse en un afamado político. Sin embargo, cuando el Emperador Diocleciano se lanzó contra los cristianos, optó por renunciar a su cargo.
Escondido en el desierto, Mina vio los cielos abiertos y a los mártires coronados con una voz que le decía:
“Él que trabaja para el nombre del Señor Jesús recibirá estas coronas”.
Entonces regresó a la ciudad para confesar su fe y luego de negociaciones fallidas, el gobierno dio la orden para que se le decapitara e incinerara. No obstante, el cuerpo del mártir no se consumió a pesar de haber sido puesto al fuego durante tres días.
La visión convenció al santo de entregarse a las autoridades. Luego de fallidos intentos para hacerlo renunciar a su fe, el gobierno finalmente ordenó que se le decapitara y que su cadáver fuese incinerado.
Sin embargo, el cuerpo nunca se consumió a pesar de haber sido puesto al fuego durante tres días y tres noches. Fue por eso que, a cambio de dinero, los soldados entregaron el cuerpo a su hermana.
Mientras navegaban hacia Alejandría, unas bestias del mar salieron del agua y atacaron a la hermana de Mina y al resto de los pasajeros. Entonces, una flama brotó del cuerpo del santo y las bestas volvieron al mar. Al llegar a Alejandría, el cuerpo fue llevado a la iglesia y cubierto con lienzos preciosos.
Muchos años después, cuando cesaron las persecuciones, a San Atanasio se le pidió en una visión que trasladara el cuerpo de San Mina al Lago Bayad, en el distrito de Mariut: “Éste es el lugar donde el Señor desea dar descanso al cuerpo de su querido Mina”.

