San Juan, conocido como Kolobos, el pequeño o el enano, fue uno de los santos más eminentes que habitaban el desierto de Skete. En la Santa Misa conforme al rito alejandrino se le menciona en la conmemoración de los santos.
Nació alrededor del año 339, en la región de Tebas en el Alto Egipto en una familia pobre pero muy religiosa. Se retiró a los dieciocho años al desierto de Skete (también llamado el Valle de Natroun) para revestirse del espíritu de Cristo.
Fue discípulo de Abba Bimwa (San Pambo), quien también era el maestro de San Bishoy. San Pambo trató de disuadirlo de adoptar esta dura vida monástica hasta que un ángel se apareció en sueños para pedirle que lo aceptara entre sus monjes. Después de tres días completos de ayuno y oraciones, ellos vieron cómo un ángel bendecía las ropas nuevas que Juan debía ponerse. Fue así como empezó una vida monástica con valores como el sometimiento del cuerpo, la mansedumbre, el silencio, la humildad, la sencillez y la obediencia.
San Pambo, su padre espiritual, le pidió que plantara en el suelo un bastón y lo regara todos los días. San Juan obedeció rigurosamente aunque el río estaba a unos 15 kilómetros de distancia. SIn embargo, al tercer año, el palo había echado raíces, hojas, brotes y un fruto que San Pamo presentó como ejemplo a los monjes como fruto de obediencia.
Acerca del silencio San Pambo le enseñó diciendo: “Hijo mío, guarda silencio, no sea que los malos pensamientos se apoderen de tu mente y pierdan tu alma. Particularmente en la iglesia, debemos ser más cuidadosos para ser dignos de la presencia de los Santos Misterios”.
San Juan creía que la perfección de un monje consiste en mantenerse en su celda, velar constantemente por sí mismo y tener a Dios continuamente presente. Nunca habló sobre asuntos mundanos o chismes, pues “cuanto más tiempo prevalece la quietud, decrecen los dolores de la lujuria y se va curando la mente hasta alcanzan la paz ”.
Su mente meditaba constantemente en los asuntos Divinos; solía tomar uno de los mandamientos todos los días y trabajar duro para perfeccionarlo. Estaba tan concentrado en las cosas de Dios que se volvió muy distraído y cometía errores en sus actividades cotidianas.
Un día, un hermano vino a hablar con él por unos minutos, y la conversación sobre cosas espirituales fue tan edificante que la charla se extendió hasta la mañana. Percibiendo que había amanecido, salieron, uno para volver a casa, el otro para regresar, pero su conversación sobre el reino de Dios se prolongó hasta el mediodía hasta que San Juan lo invitó a su celda para tomar una comida.
En 374, San Pambo partió al hogar celestial tras una larga enfermedad donde San Juan estuvo a su cuidado, siendo para el anciano monje “un ángel de Dios en la tierra’. Antes de morir, San Pambo le ordenó que hiciera su morada junto al “árbol de la obediencia. San Juan se reunió ahí con Abba Bishoy (San Paisio), quien poco después se instaló a tres kilómetros de distancia. San Juan cavó después una cueva para adorar en soledad pero sus virtudes se hacían famosas.
Muchos monjes, entre los que se encontraba su hermano mayor, acudieron a él para aprender, superando a todos los ancianos en su autocontrol. Después de haber regañado a un hermano por faltar a su labor en la cosecha, le pidió disculpas y pasó todo el año en ayuno de pan y agua orando “perdóname, Señor, porque me enojé con tu creación”.
En cuanto al “árbol de la abundancia”, cuenta Postumiano que entrado el año 402 aún tenía brotes verdes. Ahí se construyó un monasterio, el cual permaneció abierto hasta el siglo XVII. Se sabe que San Juan conoció a San Arsenio e incluso, que una joven caritativa llamada Paisia, después de la muerte de sus padres abrió su casa para cuidar a los necesitados y los extraños. Era tan generosa que al haberse gastado todo su dinero, terminó adoptando una vida desordenada.
Los monjes suplicaron a San Juan que hablara con ella para convencerla de volver al bien camino. Fue así como finalmente, ella aceptó la penitencia y obtuvo el favor de Dios. Durante la oración de la medianoche, San Juan vio el alma de Paisia mientras era llevada al cielo por ángeles y escuchó una voz que le decía que su penitencia había sido perfecta. Por la mañana, Paisia había fallecido.
Cuando los bárbaros iniciaron sus incursiones hacia el desierto cerca del año 395, San Juan cruzó el Nilo hacia el Mar Rojo, y allí, a un día de camino del lugar santificado por San Antonio, permaneció hasta el final de sus días en la tierra. Sus ocasionales visitas al pueblo (la actual ciudad de Suez), convirtieron a muchos de sus habitantes a Cristo y se conoce que hizo varios milagros.
Al final de sus días, dijo como testamento a sus discípulos una frase por la cual es recordado y que dice: “Nunca seguí mi propia voluntad; ni enseñé jamás a otro algo que no hubiera practicado yo mismo”.
Cuando murió, su sirviente vio a los ángeles llevándose el alma de San Juan al cielo en compañía de los santos, mientras regresaba de un mandado. Muchos años después, en el año 515, su cuerpo fue trasladado de regreso al desierto de Skete.